Dolly era una yegua de aspecto fantasmal. Era todo lo contrario a un caballo fuerte y con ganas de vivir. Medía un metro y medio, mucho más que todos los animales de su alrededor, sin embargo, sus ojos revelaban un gran vacío en su interior. A caballos de ese tipo no suelen darle una segunda oportunidad.
Su destino era buscarse la vida o dejarla morir poco a poco. Pero lo que nadie imaginaba es que alguien llegase ella y pudiese rehabilitarla.
El marido de Kimberly Lewis, quería regalarle un caballo. Fueron de establo a establo, pasaron por todos los criadores, pero Kimberly no sentía esa conexión que ella cree necesaria con ninguno de los caballos que conocía. Vieron caballos de exhibición por valor de miles de euros, pero nada. Por casualidad y con muy poca esperanza, pasaron por el refugio de animales para ver si ahí pudiese haber alguno que le gustase.
Ahí fue donde Kimberly encontró a Dolly. Fue un flechazo a primera vista y no dudó en llevársela a casa. Estaba muy contenta, sabía que tenía que ser ella, sintió ese feeling desde el primer momento y no veía el momento de poder montarse en ella. Por cierto, a su marido le costó tan solo 50 €.
En una entrevista con The Dodo, Lewis dijo que Dolly era "tan solo piel y huesos, con el pelo lleno de enredos y las pezuñas llenas de malezas". Se le partía el corazón al hablar de su estado. Había sido criada como yegua de cría con el único propósito de que pariese tantos potrillos como fuese posible.
Ni siquiera le habían puesto nombre, fue Kimberly la que la llamó Dolly. Cuando Dolly perdió a su primer bebé, su dueño decidió desentenderse de ella, matándola de hambre y pegándole continuamente. Esa pesadilla llegó a su fin cuando un miembro de la familia del dueño se la llevó a un refugio, pero ese daño que le habían causado ya se quedaba para ella de por vida.
Cuando Kimberly la recogió del refugio, no estaba segura de si Dolly volvería a estar en condiciones de ser montada, pero no le importaba. La llevó a la granja de su familia en Tennyson, Texas, que tiene más de 156 años de antigüedad. Como bien afirmó Kimberly, Dolly solo necesitaba que le diesen una oportunidad.
Con el tiempo, sucedió un milagro. Con amor y paciencia, Dolly volvió a recuperar su espíritu y sus ganas de vivir. Consiguió casi duplicar su peso, pasó de los 368 kilos a los 635. ¡Era otra yegua completamente distinta!
En su nuevo hogar y a base de cariño y amor, la personalidad aventurera y juguetona de Dolly volvió a florecer.
"En realidad", confesó Kimberly, "nos hemos rescatado la una a la otra. Yo estoy constantemente aprendiendo de ella, me ha hecho ser una persona mucho mejor".
Desde aquí queremos mandar un mensaje muy importante a todas esas personas que están pensando en tener un nuevo animal en casa. ¡Adoptad, no compréis! Hay muchos animales muy dulces y cariñosos esperando a que le den amor y un nuevo hogar donde vivir.
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