Nuestras mascotas no dejan de sorprendernos, nos hacen compañía cuando nos sentimos solos, nos levantan el ánimo cuando estamos decaídos, nos sacan una sonrisa en los malos momentos, pero sobre todo, cuidan de nosotros.
Lo que leerás a continuación no es más que otra de las muchas muestra de amor y fidelidad de nuestros amigos de cuatro patas. En algunas ocasiones, sus acciones pueden incluso llegar a cambiarnos la vida...
Mi amiga mantenía una relación con un chico que abusaba de ella. Ambas sabíamos que se trataba de un sociópata extremo, pero, el amor es ciego y ella negaba todo las muestras de agresividad que mostraba su pareja o siempre lo intentaba defender con alguna excusa. Finalmente, un día no pudo seguir negando lo evidente y trató de poner fin a la relación.
En mitad de una pelea, consiguió escapar y conducir hasta mi casa en busca de refugio. Yo solo vivía a unos minutos de su casa, así que su novio no tardó en llegar gritando, muy alterado. De una patada rompió el cristal de la puerta para poder introducir la mano y poder abrir el cerrojo desde el interior.
Ojalá pudiese decir que alguna de nosotras tuvo un impulso de valentía e hizo algo para evitar que entrase en la casa, pero no lo hicimos. Ella ya estaba bastante magullada tras haber sido golpeada minutos antes, y ninguna de las dos teníamos conocimientos de autodefensa. Nos acorraló rápidamente y usó sus puños para someternos.
Nos amenazó y nos dijo lo que pensaba hacernos a las dos (no lo voy a repetiré nunca). Yo casi me había resignado para entonces. Había recibido ya demasiados golpes, y por alguna razón, no sentí el ímpetu de rogar por mí vida. Me quedé helada y paralizada. Ni siquiera sentía el intenso dolor que me recorría todo el cuerpo. En ese momento mi mente se derrumbó.
Ahí es cuando Camie apareció, mi mezcla de pitbull y labrador, saltó a través de los cristales rotos de la puerta y vino como alma que lleva el diablo hacia nosotros. Camie es una perra increíblemente dulce, cariñosa e incluso algo torpe. Es mansa como ninguna y jamás gruñe ni ladra cuando la gente pasea cerca de ella. A veces me parece algo boba, sí, es tan dulce que parece boba.
Sin embargo, cuando Camie se apoderó de aquel tipo, se había transformado en un animal completamente diferente. Tenía los ojos desorbitados y espumaba por la boca. Sangraba debido a los cortes que se había hecho con los cristales de la puerta pero no le importaba lo más mínimo. Se colocó sobre él en un abrir y cerrar de ojos. Esperaba, todavía en shock, que Camie fuese capaz de arrancarle la cara a ese desgraciado.
Nunca sucedió. El sonido de la puerta del garaje abriéndose hizo que nos quedásemos todos paralizados. Mi padre estaba en casa. El tipo trató de aprovechar ese instante para alejarse de Camie, pero ella lo tenía bien acorralado contra una esquina, no paraba de ladrarle y enseñarle los dientes. Mi padre debió de entender que algo no iba bien con el jaleo que escuchó porque apareció a los pocos segundo con un arma en la mano.
La policía llegó y tomaron nota de lo sucedido. El juicio se celebró y aquel tipo desapareció de nuestras vidas. Al parecer, no era la primera vez que era arrestado por la policía en circunstancias similares. Las heridas de Camie se curaron al igual que las nuestras.
A día de hoy, Camie ya es una viejita. Una dulce y cariñosa vieja amiga. Su mente está comenzando a fallar, también la movilidad de algunas de sus patas. Puede que ella no recuerde lo que hizo por mí, pero yo nunca lo olvidaré. Puede que esté llegando al final de sus días, pero nunca la veré como un animal viejo, débil e inútil. Ella es mi mascota, mi mejor amiga, mi familia. No sé lo que aquel desquiciado nos pudo haber hecho a mi amiga y a mí, no quiero ni imaginarlo. Por eso sé que le debo mi vida a Camie.
Aunque se diga que los perros son el mejor amigo del hombre, en ocasiones como esta, nos demuestran que son más que amigos, son nuestros héroes.
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