Desde que nacemos consumimos leche, primero de nuestras madres, después en los desayunos con Cola-cao o Nesquik, posteriormente en el café e incluso para relajarnos antes de irnos a dormir.
La leche de vaca es un alimento que siempre ha estado presente en nuestras vidas, pero lo cierto es que bebemos demasiada y eso es muy perjudicial para nuestra salud.
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Las vacas lecheras están hormonadas con hormonas sexuales durante toda su vida para que puedan producir leche durante todo el año. Cuando nosotros bebemos esa leche, también consumimos esas hormonas que son el estrógeno y la progesterona, y que pueden afectar nuestra propia función hormonal.
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Un estudio de la Universidad de Harvard realizado a mujeres de entre 26 y 46 años demostró que aquellas que consumían más productos lácteos también tenían mayor riesgo de sufrir cáncer de mama.
En el caso de los hombres, múltiples estudios han demostrado un fuerte vínculo entre el consumo de leche y el cáncer de próstata.
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Siempre se ha creído que el calcio de la leche fortalecía los huesos, pero lo cierto es que un estudio realizado por el British Medical Journal demostró que las mujeres que beben tres o más vasos de leche al día tienen un 60% más de riesgo de sufrir una fractura de cadera.
Otros estudios muestran que la leche puede aumentar el riesgo de que la mujer contraiga osteoporosis.
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La leche produce y estimula las hormonas relacionadas con el acné debido a sus altos niveles glucémicos.
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3 de cada 4 personas carecen de la enzima que se encarga de digerir la leche de vaca. Un estudio demostró que el 33% de las personas que sufren de migrañas o asma lo hacen por su intolerancia a la lactosa.
Por suerte, la leche de vaca tiene numerosos sustitutos y, si la consumes frecuentemente, probablemente haya llegado la hora de que la cambies por leche de avena, de almendras o de soja, que son más beneficiosas para la salud.
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