Cuenta la leyenda que, si rebuscas y rebuscas entre las montañas de objetos de segunda mano que hay por los mercadillos, seguro que encuentras alguna antigüedad valorada en miles de euros y que te puede salir a menos de 20.
No sé a vosotros, pero a mí algo así nunca me ha pasado, y eso que me he tirado horas y horas recorriendo todos y cada uno de los mercadillos de mi ciudad. Pero lo cierto es que hay personas que sí que han tenido esa suerte. ¿La clave?, que el vendedor no tenga ni la más remota idea de lo que está vendiendo.
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Esto fue lo que le sucedió a una mujer londinense hace más de 30 años, en la década de 1980. Estaba paseando por el mercadillo de West Middlesex cuando, en uno de sus puestos, se topó con un anillo que a simple vista parecía bisutería barata. Lo cierto es que el diseño del anillo le gustó y, a pesar de creer que era de muy mala calidad, lo compró por 11 euros.
Durante años llevo el anillo día sí y día también sin conocer el valor real de éste. Estaba llevando una pieza de alta joyería valorada en más de 400.000 euros. Lo que parecía un anillo de juguete, resultó ser un diamante de 26 quilates del siglo XIX.
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Su dueña, que prefiere permanecer en el anonimato, no se imaginó en ningún momento que fuese un diamante verdadero puesto que su brillo era mucho menor al de los originales. Hace unos meses, mientras miraba artículos en una joyería, el joyero le preguntó a cerca del anillo y le comentó que podría tener un valor muy elevado, fue entonces cuando decidió investigar.
Ahora, diferentes especialistas han coincidido en que el hecho de que no brille tanto es sencillamente por la manera que tenían de tallar los diamantes en esa época.
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"Es un anillo bonito", dijo Jessica Wyndham, jefa de del departamento de joyería de la casa de subastas londinense, "pero se compró como si fuera una pieza de disfraz. Nadie tenía ni idea de que tuviera tanto valor. Nosotros le echamos un ojo y lo enviamos a analizar al Instituto Gemológico de América".
"Con el estilo de tallado antiguo, en forma de cojín, la luz no refleja igual que como lo hacen los diamantes de hoy en día. Los joyeros trabajaban más con la forma natural del cristal para conservar la mayor cantidad posible de la pieza en lugar de hacerlo lo más brillante posible."
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Encontrarte con una pieza de joyería valorada en 400.000 euros de repente no es algo que pase todos los días. Sin duda hay personas muy afortunadas en este mundo.
