Su jefa la forzó a trabajar hasta tarde mientras su novio no paraba de llamar. Pero lo que ocurrió luego…

Una hora más, pensé. Tan sólo una hora más y soy libre. Era la víspera de Navidad y yo seguía en el trabajo. No era justo. Tenía mejores cosas que hacer que esperar a un par de vejestorios. Había trabajado intensamente para poder terminar un par de tintes y dos manicuras antes de la hora del almuerzo. Si no tuviese más citas podría terminar de trabajar a las dos. Solo una hora más…

«Carolyn, tienes una llamada.»

La voz de la recepcionista hizo que se me cayese el mundo al suelo. «Tienes a una persona esperando al teléfono». Solté un suspiro de alivio y me levanté para contestar la llamada.

Su Jefe la forzo a trabajar hasta tarde mientras su novio no paraba de llamar 01
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Al coger el teléfono vi de refilón la programación del resto del día. ¡No me lo podía creer! Tenía una permanente a las 4:30 de la tarde. ¿Quién diablos sería tan desconsiderada de hacerse eso en la víspera de la navidad?

Miré a la recepcionista que estaba tras el mostrador con rabia, «¿Cómo pudiste hacerme esto?».

Ella me dijo entonces, «La señora Weiman te lo ha asignado». La señora Weiman era la manda más del lugar. Cuando ella hablaba nadie le replicaba.

«Bien», dije entre dientes y cogí el teléfono. Era Grant, su abuela me había invitado para la comida de navidad, «¿podrías estar preparada para las 3 en punto?», me preguntó. Toqué el collar de diamantes que me había dado la noche anterior. Tragué el nudo que tenía en la garganta y comencé a explicar mi situación. Después de un interminable silencio, me dijo que no pasaba nada, que lo celebraríamos juntos en otro momento y colgó. No pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas mientras colgaba el teléfono.

La tarde fue tornándose bastante gris y sombría, parecía que mostraba mi estado de ánimo. El resto de los trabajadores se habían ido ya a casa. No tenía nada que hacer hasta las 4:30 para hacer esa maldita permanente.

A las 4:15 la señora Weiman asomó su careto por mi espejo y me dio un consejo en su tonito habitual, «Cambie su actitud antes de que la clienta llegue», y seguidamente se marchó.

Mi estado de ánimo cambió, pero de enfadada a furiosa. Cogí un pañuelo de papel y me sequé las lágrimas que volvían a brotar de mis ojos.

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Mi querida clienta llegó a las 4:45 de la tarde. Caminé intentando ocultar mi enfado hasta la frágil anciana acompañada por su igual de arrugado marido. Con voz tierna la señora Weiman me presentó a la señora Sussman y la acompaño hasta el asiento. El señor Sussman la siguió murmurando lo que parecían ser disculpas por haber llegado tarde.

Todavía me sentía mal, pero intenté no parecer demasiado triste. La señora Weiman acomodó a la anciana en la silla mientras yo la ajustaba a la altura apropiada. La señora Sussman era tan pequeña que tuve que elevar la silla lo máximo que se podía.

Coloqué una toalla alrededor de sus hombros y de repente dí un salto hacia atrás completamente horrorizada. Tenía la cabeza llena de piojos correteando de aquí por allá. Mientras estaba allí tratando de no vomitar, la señora Weiman reapareció con unos guantes de plásticos…

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