Esta aldea en Siberia estuvo sin contacto con la humanidad durante más de 40 años

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Los veranos en Siberia no duran demasiado. La nieve dura hasta mayo, y el frío vuelve en septiembre. La congelación de la taiga es de lo más desoladora: kilómetros de pinos y abedules dispersos en valle blancos y helados. Este bosque es uno de los últimos grandes desiertos de la Tierra. Se extiende desde las regiones árticas de Rusia hasta el sur de Mongolia: millones de kilómetros cuadrados de nada, quitando un puñado de ciudades, que asciende a tan solo unos pocos miles de personas.

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Sin embargo, durante los días cálidos puede llegar a ser un lugar casi acogedor. Siberia es la mayor fuente de recursos de petróleo y minerales de Rusia, y durante esta época, incluso las zonas más distantes se llenan de buscadores de petróleo y topógrafos.

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Y en una de estas expediciones en 1978, un helicóptero enviado para encontrar un lugar seguro donde aterrizar a un grupo de geólogos, llegó al boscoso valle en Abakán y vio algo que le sorprendió. La tripulación tuvo que pasar varias veces antes de concluir que se trataba de vida humana.

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Fue un descubrimiento asombroso. La zona estaba a más de 350 kilómetros de la población más cercana, en un lugar que nunca había sido explorado. Las autoridades soviéticas no tenían antecedentes de que ninguna persona viviera en ese distrito.

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A medida que se fueron acercando al punto señalado, empezaron a ver señales de actividad humana: un camino, un arroyo, y finalmente un pequeño cobertizo. Uno de ellos cuenta:

"Junto al arroyo había una vivienda. Ennegrecida por el tiempo y la lluvia. Sino hubiese sido por la pequeña ventana, habría sido difícil creer que alguien podía vivir ahí. Enseguida abrieron la ventana y se asomó un hombre mayor, descalzo y vestido con una camisa y un pantalón remendados. Tenía la barba y el cabellos despeinados. Parecía asustado. Le dijimos que habíamos ido de visita y aunque tardó en contestarnos, dijo: Ya que han venido desde tan lejos, entren."

Lo que vieron los geólogos al entrar en la cabaña era como de la Edad Media. Una sola habitación enormemente fría, húmeda e indescriptiblemente sucia. Apuntalada por las vigas que se había caído y, sorprendentemente, el hogar de una familia de cinco miembros, terriblemente asustados.

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Los científicos salieron y se alejaron unos cuantos metros. Al rato, la puerta de la cabaña se abrió y salieron el hombre mayor y sus dos hijas. Se sentaron con los visitantes y hablaban un lenguaje distorsionado por toda una vida de aislamiento.

Poco a poco, les fueron contando su historia. El hombre era un Old Believer (Viejo Creyente), una secta fundamentalista ortodoxa rusa, cuyo aspecto no ha cambiado desde el siglo XVII que había sido perseguido y cuya situación empeoró cuando los bolcheviques ateos tomaron el poder. En virtud de los soviéticos, comunidades aisladas de Old Believer huyeron a Siberia para escapar de la persecución y, comenzaron a alejarse cada vez más de la civilización. Durante la década de 1930, una patrulla comunista había disparado a su hermano a las afueras de la ciudad, así que el cogió a su familia y se adentró en el bosque.

Por aquel entonces eran 4 en la familia. Lykov, entonces Karp; su esposa, llamada Akulina; un hijo llamado Savin de 9 años; y Natalia, la más pequeña, de tan solo 2. Con solo algo de comida y algunas posesiones se fueron adentrando cada vez más en la taiga. Otros dos niños nacieron después, Dimitri, en 1940 y Agafia, en 1943. Estos no habían visto nunca a un ser humano que no fuera un miembro de su familia. Lo que sabían del mundo exterior es lo que les habían contado sus padres y hermanos. El entretenimiento principal de la familia era contar sus sueños. Solo tenían libros de oraciones y una antigua Biblia. Akulina había utilizado los evangelios para enseñar a sus hijos a leer y escribir.

El aislamiento hizo la supervivencia en el desierto casi imposible. Dependían únicamente de sus propios recursos. Se vestían con tela de cáñamo cultivado a partir de semillas. Su dieta básica eran empanadas fritas mezcladas con centeno y semillas de cáñamo. La taiga les ofrecía arándanos y frambuesas, leña y piñones. Pero a pesar de esto, vivían de forma permanente al borde de la hambruna. Hasta que su hijo llegó a la mayoría de edad y empezó a cazar. Era capaz de estar descalzo en invierno, y volver a la cabaña tras varios días durmiendo a la intemperie a 40 grados bajo cero. Pero, a menudo no había carne, y su dieta fue haciéndose cada vez más monótona.

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En 1961 nevó en Junio, lo que destruyó todo su cultivo. Akulina prefirió alimentar a sus hijos, y murió de inanición aquel mismo año. El resto de la familia se salvó por lo que consideraron un milagro: un solo grano de centeno germinado en un guisante.

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A medida que los geólogos soviéticos llegaron a conocer a la familia Lykov, se dieron cuenta de que habían subestimado sus habilidades y su inteligencia.

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De todos los miembros de los Lykovs, el favorito de los geólogos era Dimitri, un amante de la naturaleza, el más curioso de la familia. Por lo que no fue una sorpresa que fuera el que quedara más embelesado con la tecnología de los científicos.

Karp Lykov perdió la batalla de mantener todos esos mecanismos alejados de su cabaña. Con el tiempo fueron usando cuchillos, tenedores, mangos, cereales, y finalmente, incluso lápiz, papel y una linterna eléctrica. Pero sin duda lo que más les gustaba era una televisión que tenían lo científicos en su asentamiento.

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La parte más triste de la historia es que la familia entró rápidamente en declive tras restablecer el contacto con el mundo exterior. En otoño de 1981, tres de los cuatro hijos siguieron a su madre a la tumba, con apenas unos días de diferencia. Sus muertes no fueron, como cabía esperar, el resultado de la exposición a enfermedades a las que no tenían inmudidad. Savin y Natalia sufrían insuficiencia renal, probablemente resultado de una dieta crudívora. Dimitri murió de neumonía, a partir de una infección que contrajo de sus nuevos amigos.

Los geólogos trataron desesperadamente de salvarlo. Se ofrecieron a llamar a un helicóptero para evacuarlo a un hospital, pero él aseguró que no abandonaría a su familia ni a su religión.

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Cuando los tres fallecieron, los geólogos intentaron convencer a Karp y Agafia para salir del bosque y volver con los familiares que habían sobrevivido a las persecuciones, que todavía vivían en los mismo pueblos. Ellos no querían ni oír hablar del tema. Reconstruyeron su vieja cabaña y se quedaron allí.

Karp murió mientras dormía el 16 de febrero de 1988, 27 años después de que lo hiciera su esposa, Akulina. Agafia lo enterró en las laderas de la montaña con la ayuda de los geólogos, luego se volvió y se dirigió de nuevo a su casa. Un cuarto de siglo más tarde, ya probablemente en sus setenta, aún vive sola en la taiga.

¿Qué te parece esta historia? ¿Crees que serías capaz de sobrevivir a 40 años de aislamiento? ¡Cuéntanoslo en los comentarios!

¡Comparte su historia con tu familia y amigos!

Imagen de portada: smithsonianmag Fuente: smithsonianmag
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