Alicia en el País de las maravillas es la historia de una niña dulce, soñadora y curiosa que se adentra en un submundo mágico donde nada es lo que parece y todo puede ser posible.
Lewis Carroll, la brillante mente que firma el libro, era un matemático capaz de robarnos el sueño y llevarnos a lugares que sólo existirían en sus páginas. ¿Cómo es posible que una mente tan ordenada como la de un científico fuese capaz de inventar el mundo de las maravillas?
Hay quien dice que no es ningún cuento para niños, que entre sus capítulos se esconde la faceta más oscura del escritor, cuyo verdadero nombre es Charles Lutwigde.
El Secreto de Alicia en el País de las Maravillas
Lugtwide era un matemático de origen inglés, escondido bajo el seudónimo de Lewis Carroll con el que firmó Alicia en el País de las Maravillas y su continuación, Alicia a través del espejo.
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En los mundos imaginarios de Carroll, todo era posible y la luz siempre brillaba más que la oscuridad. Sin embargo, tras esos mundos mágicos se escondía un hombre con más sombras que luces, que se apoyaba en la literatura para inventar mundos donde sus oscuras pasiones no fueran juzgadas.
Lewis era aparentemente normal. Apodado el eterno soltero de Oxford, disfrutaba de la compañía de los más pequeños en particular de las niñas, en especial de Alice, la hija de unos amigos, para la que inventó un mundo perfecto: El País de las Maravillas.
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La estrecha relación del autor con Alice Liddell, era tan fuerte y perversa que los padres de la pequeña prohibieron a su amigo que se acercara a ella.
¿Cómo es posible que una de las mentes más mágicas de la literatura, fuera también una de las más perversas y oscuras? Lo cierto es que para Carroll no existía pecado en su pasión y aunque inconfesable, su amor era tan fuerte que lo gritó a los cuatro vientos en forma de libro. Creó un mundo para él y Alice donde sus sentimientos no fueran juzgados. Para él ella era la luz de sus sombras.
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Era tal la admiración del matemático por la pequeña Alice que llegó incluso a escribirle numerosas cartas de amor a la pequeña, en las que rememoraba los momentos que había pasado con ella durante el verano.
Para Carroll, la literatura era la salida a su gran tormento: la imposibilidad de amar a quien él amaba. Para él no había locura y la imaginación era el poder más fuerte que existe, así que se pasó la vida inventando mundos imaginarios en los que sus perverso secreto no fuese pecado.
