La historia de Carl, un veterano de guerra que dio una verdadera lección de vida a este pandillero

La historia de Carl, un veterano de guerra que dio una verdadera lección de vida a este pandillero

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Un veterano de la Segunda Guerra Mundial fue atacado y humillado por varios miembros de una pandilla. Su reacción y el efecto que tuvo en uno de los atacantes fue increíble.

Carl era un hombre tranquilo. No hablaba mucho y siempre te saludaría con una gran sonrisa y un firme apretón de manos. Incluso después de vivir en el vecindario durante más de 50 años, nadie podía decir que lo conocía muy bien. Antes de jubilarse, cogía el autobús cada mañana para ir a trabajar.

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La apariencia solitaria de él caminando por la calle preocupaba a los vecinos. Tenía una ligera cojera por una herida de bala recibida en la Segunda Guerra Mundial. Al verlo en este estado, les preocupaba principalmente que, aunque había sobrevivido a la guerra, podría no sobrevivir a los cambios que sufría la parte alta del barrio, donde estaba creciendo la violencia, las pandillas y las actividades relacionadas con la droga.

Cuando vio el folleto en la iglesia del barrio pidiendo voluntarios para cuidar los jardines que están detrás de la vivienda del sacerdote, respondió favorablemente, con su forma característica y tan poco pretenciosa. Sin ningún aspaviento, acababa de inscribirse.

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Tenía 87 años cuando sucedió lo que siempre temían. Acababa de terminar de regar, el día en que tres pandilleros se acercaron. Ignorando sus intenciones de atemorizarlo, Carl les preguntó: "¿Queréis un trago de agua de la manguera?" El más alto y fuerte de los tres dijo con una sonrisa malévola: "sí, claro".

Mientras Carl le ofrecía la manguera, los otros dos cogieron a Carl por el brazo y lo tiraron al suelo. Mientras la manguera serpenteaba locamente por el suelo, mojando todo, los asaltantes de Carl le robaron el reloj y la cartera y luego huyeron. Carl intentó levantarse, pero le habían lastimado la pierna mala.

Estaba allí, intentando recomponerse mientras el sacerdote venía corriendo a ayudarlo. Aunque el sacerdote había presenciado el ataque desde su ventana, no pudo llegar lo suficientemente rápido para detenerlos. "Carl, ¿estás bien? ¿estás herido?," le preguntó el sacerdote mientras ayudaba a Carl a levantarse. Carl pasó una mano sobre su frente y suspiró, sacudiendo la cabeza. "Sólo eran unos vándalos. Espero que algún día maduren."

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Su ropa mojada se pegaba a su ligera complexión mientras se inclinaba para recoger la manguera. Volvió a ajustar la boquilla y empezó a regar. Confundido y un poco preocupado, el sacerdote preguntó "Carl, ¿qué estás haciendo?" Y Carl le dijo que tenía que terminar de regar, que estaba todo muy seco aún.

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Satisfecho de que Carl estuviese realmente bien, el sacerdote solo podía sorprenderse. Carl era un hombre de un tiempo y lugar diferentes. Unas semanas más tarde, los tres vándalos regresaron. Igual que anteriormente, sus amenazas eran indiscutibles. Carl les ofreció de nuevo beber agua de la manguera. Esta vez no le robaron. Le quitaron la manguera de la mano y le mojaron de la cabeza a los pies con el agua helada. Cuando terminaron con la humillación, salieron a la calle gritando y maldiciendo, riéndose entre ellos de lo que acababan de hacer.

Carl los miró. Luego se volvió hacia el calor del sol, cogió su manguera y siguió regando. El verano se transformó rápidamente en otoño.

Carl estaba labrando cuando se vio sorprendido por un repentino acercamiento de alguien por detrás suya. Tropezó y cayó sobre unos arbustos. Mientras intentaba recuperar la vertical, se giró para ver que el cabecilla de la pandilla se acercaba a él. Se preparó para el ataque esperado.

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"No te preocupes viejo, no voy a hacerte daño esta vez". El joven hablo pacíficamente, ofreciéndole su mano tatuada y con cicatrices a Carl. Mientras ayudaba a Carl a levantarse, sacó una bolsa arrugada de su bolsillo y se la dio.

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"¿Qué es esto?," preguntó Carl.

"Es tuyo," explico el hombre. "Te devuelvo tus cosas. Incluso el dinero que había en tu cartera."

"No lo entiendo," dijo Carl. "¿Por qué me ayudas ahora?" El hombre movió la cabeza sin saber que decir. Parecía avergonzado y confuso.

"Aprendí algo de ti," dijo. "Estuvo con esa pandilla y lastimé a gente como tú. Te elegimos porque eras viejo y sabíamos que podíamos hacerlo. Pero cada vez que veníamos y te hicimos algo, en lugar de gritar y luchar, nos ofrecías agua. No nos odiabas por odiarte. Seguías mostrando amor contra nuestro odio. No pude dormir después de haberte robado tus cosas, así que aquí las tienes de vuelta." Hizo una pausa, originando un momento incómodo, sin saber qué más debía decir. "Supongo que el devolverte esta bolsa es mi manera de darte las gracias por rehabilitarme". Y después de decir esto, se fue.

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Carl miró el saco que tenía en las manos y lo abrió con cuidado. Sacó su reloj y se lo puso en la muñeca. Abrió la cartera y comprobó la foto de su boda. Miro un momento a la joven novia que aún le sonreía. Carl murió el invierno siguiente, en un día frío pasada la Navidad. Muchas personas asistieron a su funeral a pesar del mal tiempo. En particular, el sacerdote advirtió que un joven alto al que no conocía se había sentando en silencio en un rincón de la iglesia. Habló del jardín de Carl como una lección de vida. Con una voz llena de lágrimas no derramadas, dijo: "Haz todo lo mejor que puedas y haz tu jardín tan bonito como puedas."

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Nunca olvidarán a Carl y su jardín. "La siguiente primavera apareció otro folleto en la iglesia. Se podía leer: "Se necesita cuidar el jardín de Carl". El folleto pasó desapercibido por los parroquianos hasta que un día llamaron a la puerta de la oficina del sacerdote. Al abrir la puerta, el sacerdote vio un par de manos con cicatrices y tatuajes sosteniendo el folleto.

"Creo que este es mi trabajo, si usted quiere," dijo el joven. El sacerdote lo reconoció como el joven que le había devuelto la cartera y el reloj a Carl. Sabía que la bondad de Carl le había devuelto a la vida honrada a este hombre. Cuando el sacerdote le entregó las llaves del cobertizo del jardín, le dijo; "Sí, ve a cuidar el jardín de Carl y hónralo."

El hombre fue a trabajar y durante los siguientes años cuidó las flores y las verduras como hizo Carl. En esa época también fue a la universidad y se casó. Nunca olvidó su promesa en memoria de Carl y mantuvo el jardín tan bonito como pensaba que Carl lo hubiese mantenido. Un día se acercó al nuevo sacerdote y le dijo que ya no podía cuidar de su jardín.

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Explicó con una sonrisa tímida y feliz: "Mi esposa acaba de tener un bebé y lo traerá a casa el sábado". "Bueno, ¡enhorabuena!," dijo el sacerdote mientras recogía las llaves del cobertizo. "¡Es maravilloso! ¿Cómo se llamará el bebé?"

"Se llamará Carl," respondió el joven.

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Fuente: Thedailyheadline
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