Cuando tenía 10 años, sin darnos demasiadas explicaciones, mi hermana mayor y yo fuimos alejadas del hogar donde convivíamos junto a mis otros tres hermanos y mis padres.
Durante el primer año, la nueva familia con la que ahora vivíamos nos permitía visitar a nuestra familia de vez en cuando durante algunas horas. Con el tiempo, mis otros hermanos también fueron arrebatados de mi antiguo hogar y llevados a otras casas de acogida.
Dos de ellos fueron adoptados de forma permanente por una familia y el otro fue llevado a un orfanato hasta que pudieron encontrarle un lugar para vivir de forma prolongada.
A todos nosotros se nos dijo que olvidásemos a nuestra familia porque no la volveríamos a ver jamás.
No fue hasta que cumplí 18 años cuando comprendí el extraño puzzle que formaban todos aquellos hechos que habían marcado mi infancia. Aquel año, tras localizar a dos de mis hermanos, me embarqué en un viaje de más de 2.500 kilómetros con el objetivo de poder reencontrarme con ellos y saber que había sido de sus vidas.
El destino quiso que durante aquel viaje pasase una noche en la casa de una de mis tías. Se trataba de la tía Bobby, una hermana de mi madre que vivía en Arizona.
Aunque en aquel momento no tenía mucha relación con mi tía, nunca la tuve realmente, la fuerza que me movía en aquel viaje era el objetivo de reencontrarme con mi famlia, por lo que cuando ella me invitó a pasar una noche en su casa me pregunté, ¿por qué no?
Mi tía se pasó toda la noche hablando sobre mi madre, sobre la madre que realmente nunca conocí. Por alguna razón abrí mi corazón hacia ella y le conté el sentimiento de frustración, abandono, rechazo y confusión que sentí a raíz de la separación de la familia. Le hablé de cómo mi hermana y yo amábamos y despreciábamos a mi madre al mismo tiempo sin saber muy bien el por qué.
"Tu madre tenía problemas mentales", me comenzó a contarme mi tía Bobby. "Era la mayor de dos gemelas, por desgracia, su hermana gemela murió durante el parto y tu madre, aunque sobrevivió, sufrió algunos daños cerebrales leves. Los doctores le dijeron a nuestros padres que ella nunca alcanzaría una madurez mental mayor a la que tiene una niña de doce años. Tu abuela, nuestra madre, al principio negó todo lo que le dijeron los doctores, pero con el tiempo solo le quedó aprender a lidiar con ello".
Viendo mi reacción ante la historia que me acababa de contar, mi tía Bobby me abrazó con fuerza y continuó.
"Tu abuela intentó protegerla de la mejor manera que pudo, lamentablemente murió a una edad temprana, por lo que tu madre quedó a nuestro cargo. A pesar de nuestro esfuerzo, ella era constantemente utilizada y humillada debido a su discapacidad mental. Llegó a estar con tres hombres con los que tuvo 8 hijos, todos ellos arrebatados de sus brazos con el tiempo.
Incluso en el trabajo también se aprovechaban de ella. Trabajaba durante 18 o 20 horas en una lavandería por menos del salario mínimo permitido. La gente siempre se burlaba de ella, las humillaciones eran algo normal en la vida de tu madre. Nunca pudo conducir un coche, por lo que siempre iba a pie a todos lados.
Sus hijos se quedaban desatendidos en casa durante horas. Pero, aún con su capacidad limitada consiguió criar a sus ocho hijos con su esfuerzo. Ella os quiso con todo su corazón y os dio todo lo que estaba en su mano, aunque todo fuese en vano. Tu padre era alcohólico y rara vez conseguía conservar un trabajo. Abusaba físicamente de tu madre y de alguno de tus hermanos, por lo que las autoridades decidieron llevaros a todos vosotros a lugares donde pudieseis disfrutar de una vida digna. A pesar de todos los esfuerzos que hizo tu madre perdió a sus hijos irremediablemente".
Tras oír aquella historia me quedé en shock. Era la primera vez que alguien me hablaba de la verdadera historia de mi madre. ¿Por qué nadie antes me había contado nada de esto? Podría haber sido más amable con mi madre, podría haberla entendido si alguien me hubiese hablado acerca de esto anteriormente.
Estaba realmente furiosa, sin embargo, después de la furia me invadió un gran sentimiento de pena. De repente algunos recuerdos en forma de flashbacks llegaron a mi memoria.
Muchas veces le grité a mi madre cosas muy crueles. "Eres tonta. ¿Por qué no eres como las madres de mis amigas?". Recuerdo que me daba vergüenza la forma en la que mi madre hablaba o la forma en la que se vestía. Me avergonzaba que a duras penas supiese escribir o leer. Recuerdo que no me gustaba que me viesen con ella, íbamos cada domingo a la iglesia, y recuerdo como allí siempre evitaba sentarme a su lado. Me sentía fatal. Tras aquella revelación a penas podía hablar, la respiración se volvía algo doloroso para mí. ¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Por qué me comporté así?
La tía Bobby me abrazó de nuevo como a un bebé. Poco a poco el dolor fue desapareciendo y volvía a ser capaz de pensar, respirar y dejar de llorar.
Lloré todos estos años atrás mientras culpaba a mi madre por todos los problemas que me había causado. Ahora lloraba por todo el dolor y los problemas que mi madre tuvo que hacer frente para cuidarnos. Ahora lloraba por mí y mis hermanos que nunca conocimos el inmenso amor que nos tenía nuestra madre.
Lloraba porque sabía que no había segundas oportunidades para poder agradecerle todo su esfuerzo y cariño.
"Me gustaría que entendieses esto. Tu madre siempre te quiso. Debido a su discapacidad nunca guardó ningún tipo de rencor. Ella era capaz de ver la bondad en todas las personas. Todos los problemas, el dolor y las sombras fueron olvidadas por tu madre que solo se quedó con las cosas buenas en su memoria.
Quién sabe si con todos recursos que existen hoy en día todo hubiese sido diferente para tu madre. Aún así, ella siguió con su vida, amando a sus hijos y sabiendo que había sido bendecida con 8 hermosos hijos que nunca podrían ser borrados de su corazón", me dijo la tía Bobby antes de darme las buenas noches.
Muchas cosas han sucedido desde que cumplí 18 años hasta hoy. Desde entonces conseguí reunirme con todos mis hermanos, y afortunadamente hemos estrechado los lazos con el paso de los años.
Me casé y tuve tres preciosos hijos que crié por mi cuenta y que me han bendecido con trece nietos. Y lo más importante, pude estar al lado de mi madre durante sus últimos momentos de vida. Por suerte pude localizar a mi madre y agradecerle todo lo que había hecho por nosotros y por todo el amor que nos dio hasta el último momento.
Al final me di cuenta de que estaba equivocada, sí que existen las segundas oportunidades.
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Imagen portada: Unwallpapers