Islandia es un país que siempre quise visitar de pequeño, un lugar del que he visto miles de imágenes pero que necesitaba experimentar con mis propios ojos.
Durante el primer día, se cumplieron realmente todas mis expectativas. Pero después de 10 días, sabía que mi vida nunca volvería a ser la misma.
Estar expuesto a una belleza tan vasta y pura te mueve por dentro, y te hace sentir unas cosas que son difíciles de describir con palabras o imágenes. Estar bajo las Auroras Boreales observando cómo bailan en el cielo, absorbiendo ese agua pura del rocío que cae por las imponentes cataratas sin nadie más a la vista, o simplemente estar caminando a través de una playa de arena negra con los rugidos del océano mientras golpea la costa; estar en plena naturaleza eleva tu alma y pone las cosas en perspectiva.
Islandia solidificó mi amor y aprecio por la creación, y me recordó qué es lo más importante en esta vida. Estar aquí durante los horribles ataques terroristas de París fue definitivamente algo agridulce, empecé a echar de menos mi casa y a mis seres queridos, un escalofriante recordatorio del mundo en que vivimos.
A medida que continuaba el viaje, estuve expuesto a muchísima diversidad, todo tipo de nuevas y viejas masas de tierra realmente fascinantes, además de infinitas texturas y colores.
La Tierra siempre encuentra su propio camino, y nosotros también podemos aprender de ella. Estamos unidos en nuestro sufrimiento, pero nos distingue cómo le hacemos frente. Después de esta experiencia, no puedo ver mi vida de la misma manera otra vez. La vida es demasiado corta.
Nuestra sociedad moderna ha complicado la forma en que vivimos, y por unos breves momentos Islandia me transportó de nuevo a una época más simple, como si estuviese mirando el mundo a través de los hijos de un niño otra vez.
Todavía queda belleza y esperanza en este mundo que envejece poco a poco. Es algo que he podido ver y experimentar en esta increíble tierra.
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