Un profesor de arte recibe la visita de una de sus estudiantes después de muchos años. Nunca pensó que le confesaría algo que le dejaría sin habla:
Mi amigo Charlie entró a mi casa dando un portazo. Se dirigió hasta mi nevera en busca de una cerveza y se sentó en una de las sillas de la cocina. Yo me quedé mirándolo sorprendido.
Se le notaba alterado, tenía el aspecto de aquella persona que acaba de ver un fantasma o acaba de observar el momento de su propia muerte. Le vi el rostro cansado, no paraba de murmurar cosas mientras movía la cabeza de un lado a otro constantemente, era como si estuviese manteniendo una conversación consigo mismo. Finalmente, tomó un buen trago de cerveza y me miró a los ojos.
Le dije que tenía un aspecto horrible. Él me contestó que lo sabía y que se sentía aún peor de lo que aparentaba. Fue entonces cuando comenzó a contarme su desgarradora historia.
Charlie trabaja como profesor de arte en uno de los institutos del pueblo. Ha trabajado allí durante varios años y poco a poco ha conseguido labrarse una reputación entre todos aquellos que son respetados en su centro, incluso entre sus alumnos. Al parecer, aquel mismo día había recibido la visita de una de sus antiguas alumnas que había vuelto tras cinco años para contarle que se había casado, que estudiaba una carrera y que había tenido un bebé.
Charlie se detuvo un momento para volver a probar la cerveza y entonces pensé, "Eso fue todo, había visto cómo habían pasado los años y quizás se sentía viejo de repente, o quizás le desconcertó conocer a una mujer que hasta hace poco había sido su alumna".
No, eso no era precisamente lo que había ocurrido...
Angela, la mujer que le visitó, era una chica que se tomaba las clases de arte bastante en serio. Charlie la recordaba como una chica bastante tranquila, introvertida y que respondía cualquier gesto de amistad que recibía con una pequeña y tímida sonrisa.
Ahora se había convertido en toda una mujer segura de sí misma, que acababa de ser madre, y ahora era ella la que iniciaba las conversaciones en vez de quedarse mirando. Ese día fue hasta el instituto para confesarle algo muy importante a Charlie.
"Cuando estaba en el instituto mi padrastro abusaba de mí", le dijo de repente. "Me golpeaba y venía a mi cama por las noches. Era horrible. Me sentía muy avergonzada por ello. No se lo conté a nadie. Nadie lo supo jamás".
"Unos años más tarde, mis padres me dejaron sola un fin de semana por primera vez en mi vida. Decidí aprovechar la oportunidad y terminar con todo el sufrimiento mientras estuviese sola".
"Desde el momento en que mis padres abandonaron la casa aquel jueves por la tarde, aproveché para prepararlo todo. Hice mis deberes, escribí una extensa carta dirigida a mi madre y organicé todas mis pertenencias. Compré un rollo de cinta adhesiva y me pasé toda una hora poniendo cinta adhesiva para tapar desde el interior todos los agujeros de la puerta y de las ventanas del garaje. Dejé las llaves cerca del contacto, puse a mi osito de peluche en el asiento de copiloto y me fui a la cama".
"Mi plan era ir a la escuela como normalmente hacía el viernes y tomar el autobús hasta casa. Esperaría en casa hasta que mis padres llamasen, hablaría con ellos, luego iría al garaje y encendería el motor. Seguramente nadie me encontraría hasta el domingo por la tarde cuando mis padres regresasen a la casa. Yo ya estaría muerta y sería libre".
Angela tenía pensado seguir su plan aquel viernes hasta que llegó la clase de arte de Charlie. Cuando llegó su turno, charlie se sentó varios minutos junto a ella, examinó su dibujo detenidamente, le corrigió algunos detalles y la felicitó con una enorme sonrisa por su trabajo mientras le daba un pequeño achuchón con un brazo antes de seguir corrigiendo el trabajo de los demás alumnos.
Angela volvió a casa aquel viernes por la tarde y escribió una segunda carta de despedida a su madre. Quitó la cinta adhesiva y empaquetó todas sus pertenencias junto a su oso de peluche. Luego llamó a los servicios sociales, que llegaron inmediatamente a su casa. Dejó la casa de sus padres y nunca miró atrás. Con el tiempo su vida prosperó y le está muy agradecida a Charlie por ello.
Después de todos estos años, ella regresó para decirle que le había salvado la vida.
Justo antes de terminar la historia, Charlie y yo mantuvimos una pequeña conversación acerca de cómo algunos institutos alertan a los profesores para que no tengan contacto físico con los alumnos, sobre la filosofía de algunos centros que piensan que el tiempo dedicado a socializar con los alumnos es tiempo perdido... ¿Cuántas veces nos preguntamos qué hubiese pasado si les hubiésemos mostrado nuestro apoyo a aquellos alumnos que lo necesitaban? Nos sentamos en silencio durante algunos segundos mientras reflexionábamos.
Entonces Charlie me dijo lo que pensaba acerca de aquella historia. Angela decidió en aquel momento, durante aquella clase de arte, que si un profesor cualquiera se preocupaba por ella lo suficiente como para dedicarle unos minutos, escucharla y darle una mínima muestra de afecto, tenía que haber otras personas que se preocupasen por ella y estaba dispuesta a encontrarlas.
Charlie se frotaba la cabeza mientras me miraba confirmando la nueva lección que acaba de aprender.
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