Existen historias que calan tan hondo y son tan profundas que serán recordadas para siempre.
La siguiente historia es una de ellas. Muchos de sus detalles han ido cambiado a lo largo del tiempo, (al menos 480 años), pero el mensaje que se aprende es el mismo en todos los casos.
Deberíamos de saber que los niños siempre están escuchando, mirando y aprendiendo. Aprenden de nuestras acciones incluso más de lo que tú intentas enseñarle con palabras. Según la forma en la que tratas a las demás personas, así lo harán ellos el día de mañana. O como ocurre en esta historia a ti mismo. Como dice el refrán, «recoges lo que siembras».
Un anciano fue a vivir con su hijo, su nuera y su pequeño nieto de 4 años. Bastante enfermo, el pobre anciano tenía ya la vista nublada, le temblaba el pulso y apenas podía caminar.
Un día, el anciano sentado a la mesa con su familia se dispuso a comer, pero con su tembloroso pulso le resultaba imposible no tirar toda la comida antes de llevársela a la boca. Los guisantes no paraban de caer desde su cuchara hasta el suelo. Cuando intentó agarrar el vaso, terminó manchando de leche toda la mesa. Su hijo comenzaba a enfadarse por el desastre que estaba causando. «Debemos hacer algo con papá», dijo el hijo. » Ya he tenido suficiente, estoy harto de sus descuidos y sus ruidos al comer, lo pone todo perdido». Así que el hijo y su esposa lo dejaron apartado en una esquina para que comiese sobre una mesa pequeña. Allí comió el pobre anciano en soledad mientras el resto de la familia disfrutaba de la cena.