Todos hemos oído historias terribles de parejas que después de pasar media vida juntas, se separan y terminan fatal. ¿Quién se queda la casa, los coches, los muebles, los recuerdos, las mascotas? Y peor aún, ¿a dónde van los niños y con qué frecuencia visitan al que no tiene la custodia? ¡Una pena!
Pero esta historia va más allá. No podrás creer lo que hizo esta mujer cuando se enteró de que su marido le había estado engañando y lo echó de casa.
Un divorcio es siempre un trámite difícil y angustioso. Pero cuando uno de los cónyuges ha engañado al otro, como es este caso, la situación es aún más dolorosa.
Después de 37 años de matrimonio, Jerald había decidido dejar a su mujer Catherine, por su joven secretaria. Se iban a divorciar, pero había varias propiedades que repartir.
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La nueva novia de Jerald insistió en que él se quedara con la casa que había compartido con su esposa, valorada en varios millones de dólares, para que así ella su pudiera mudar allí a vivir con él. Los abogados se involucraron para que esto ocurriera, y finalmente lo consiguieron.
Lo que es peor, Jerald sólo le dio a Catherine tres días para dejar la casa. La dejó sola esos tres días. Después de 37 años, se vio obligada a empaquetar todas sus pertenencias en cajas y maletas en un sólo día. Al día siguiente venía el camión de la mudanza a por todo.
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El último día en la casa que siempre había soñado se preparó una cena para despedirse. Encendió velas, puso música relajante y se preparó una gran cena: gambas, caviar y vino blanco.
Cuando terminó de cenar se le ocurrió una idea. Fue por todas las habitaciones de la casa metiendo cáscaras de gambas en las barras de las cortinas. Recogió su cena, se despidió de la casa y se fue.
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Jerald y su nueva novia se instalaron, ya libres de Catherine y sus pertenencias. Pero a la semana, la casa empezó a oler de forma horrible. Hicieron todo lo que se les ocurrió para eliminar el olor. Limpiar, fregar, abrir las ventanas... Llamaron para que les hicieran un costoso tratamiento de limpieza y desinfección, pero nada ayudaba. Incluso reemplazaron las alfombras, pero el olor persistía.
Pasado un mes, la pareja se rindió y decidió vender la casa. Pero, por desgracia, cualquier persona que la pisara, no la compraría.
Jerald, en un ataque de desesperación, llamó a Catherine. Sabía que ella adoraba esa casa. Le ofreció una décima parte del precio real. Ella aceptó con la condición de que empaquetaran todas sus cosas y se marcharan inmediatamente. Fue generosa y les dio una semana para que hicieran la mudanza de todas sus cosas, ¡incluidas las barras de las cortinas!
