"Mis padres trabajan todo el día, así me quedo con mi vecino hasta que ellos llegan a casa. Mi vecino tiene dos hijas, una de 6 años y la otra de 10. La niña de seis años es mi mejor amiga y siempre jugamos en el patio porque su madre odiaba el ruido dentro de casa.
El otro día estaba lloviendo, así que nos quedamos jugando arriba. Supongo que estaríamos haciendo mucho ruido porque su madre le dijo que volviese a salir a la calle y le diese a un interruptor que estaba en un arbusto.

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Entré en la cocina y ahí estaba ella. Estaba sobre una silla aguantando los golpes que su padre le daba con una rama, con marcas de sangre en la espalda y en las piernas. Nuestros padres nunca nos habían pegado, por lo que me asusté al verlo. Subí corriendo las escaleras y llamé al 112, que es lo que me habían dicho mis padres que hiciese cuando veía una emergencia. Le conté a la persona que me atendió lo que sucedía y mandaron un coche de policía a la casa.
Los servicios sociales visitan a menudo la casa de esta familia.
A mí no me han vuelto a dejar que vaya a jugar con mi amiga y mis padres han tenido que contratar a una niñera para que se haga cargo de mí después del colegio."
Esta carta la escribí hace 20 años, cuando solo tenía 6. Cada vez que la leo me siento tremendamente orgulloso de cómo actué en ese momento. Conseguí evitar que siguiesen habiendo comportamientos violentos en esa casa hacia una niña que sólo tenia 6 años.
Esa niña, a día de hoy, sigue siendo mi mejor amiga. No se lleva del todo bien con sus padres pero siempre me agradece que llamase al 112 y la sacase de esa pesadilla que vivía a diario.
Los padres no le deberían poner la mano encima a los niños nunca. Hay muchas maneras de educar que no hacen uso de la violencia.