Este joven repartidor pensaba que haría uno de los repartos habituales de su jornada laboral hasta que llegó a su destino y conoció la situación en la que vivía un padre soltero a cargo de cuatro niños.
Trabajo como repartidor de pizzas desde hace ya varios años ya que me resulta muy fácil compaginarlo con mis estudios.
Después de tantos años repartiendo, con el tiempo terminas sabiendo qué clientes dejan propinas y cuáles no y también terminas conociendo las historias más increíbles e inverosímiles que una persona es capaz de inventarse con tal de no dejar propina.
Todas estas excusas innecesarias dan pie a muchísimas situaciones realmente surrealistas.
De todas ellas, aún conservo en mi memoria una de las experiencias más desgarradoras que experimenté durante mi experiencia como repartidor.
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Un día cualquiera tuve que llevar una pizza pequeña de queso hasta una casa bastante pequeña y desordenada, o al menos era la impresión que daba desde el exterior.
Cuando el hombre que hizo el pedido se dispuso a pagarme no pudo esconder el sentimiento de vergüenza y de culpa al no poder dar más de 1 dólar de propina (aún siendo más de lo que muchos otros dejan).
Entonces, vi a través de la puerta de la cocina a cuatro niños y un adolescente que esperaban hambrientos sentados a la mesa.
Inevitablemente me sentí tremendamente triste al contemplar a aquella familia de 6 miembros que iba a compartir una sola pizza pequeña porque era lo único que se podían permitir. Aquella imagen me llegó a lo más profundo de mi corazón.
Después de aquel reparto yo terminaba mi turno de trabajo, así que volví a la pizzería y preparé dos pizzas grandes, un par de raciones de alitas de pollo con patatas fritas y cogí unos cuantos refrescos.
Cuando volví a la casa para regalarles toda esa comida, el hombre estaba a punto de echarse a llorar y no hacía más que darme las gracias.
En un arrebato de culpa se ofreció a pagar por la comida en cuanto tuviese algo más de dinero pero obviamente me negué por completo.
Aunque sabía que con lo que había hecho no mejoraría su situación económica, tenía la esperanza de poder enseñar a aquellos niños que cuando alguien trata bien a otra persona, a veces, pueden ocurrir cosas como estas.