"En el colegio, siempre que había pizza, le pedía a mi profesora y a mis compañeros que me diesen los restos de pizza que les sobraban.
Un día que nos pusieron pizza en el comedor, conseguí la mitad de una pizza cesar y 4 palitos rellenos de queso. Estaba literalmente brincando de alegría. Era tan raro que nos pusiesen pizza... Además la pizza era mi comida preferida por excelencia.
En general, todos los días cogía el autobus de mi colegio con el tupper encima de mi ordenador.
Pero ese día todos se sentaron cerca mía en clase y empezaron a preguntarme que por qué me llevaba la pizza a casa. Sinceramente no tenía ni idea de qué contestar. Estaba muy avergonzada.
Estaba deseando que llegase el momento de montarme en el autobús de vuelta a casa. Cuando llegué a casa, puse la pizza en el horno y llamé a mis hermanos y hermanas que estaban en sus cuartos.
Estaba tan contenta de poder compartir con ellos los palitos de queso y los trozos de pizza... Tenían 4, 6, 8 y 10 años. Había estado cargando ese tupper lleno de pizza durante 6 horas.
No pude guardarme ningún trozo para mí pero estaba tan contenta viéndoles comer. No podíamos permitirnos económicamente comprar pizza y los días que la comíamos eran siempre muy especiales. Mi hermana de 6 años me dio su borde, es mi parte preferida y ella lo sabe.
Recuerdo que volví a mi cuarto y me senté en mi cama, que en realidad es un colchón tirado en el suelo sin patas y sin nada, a comerme el borde del trozo de pizza.
Enseguida empecé a llorar desconsoladamente. Mis muebles eran todos cajas de cartón puestas unas encima de otras. Mi mesita de noche, mi escritorio...
Todo esto fue hace 4 años. Hoy en día mi familia y yo estamos mejor económicamente. Me encantaría volver a esa época, dar un abrazo a mi yo de 16 años y decirle que todo tarde o temprano pasa y que no hay mal que por bien no venga.
Gracias a todos por leer mi historia."