Una mujer rompe a llorar después de que su hijo adoptado le rogase quedarse unos días más

Una mujer rompe a llorar después de que su hijo adoptado le rogase quedarse unos días más

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Una familia de acogida se hizo cargo de un chico que no encajó en ninguno de los hogares en los que estuvo anteriormente.

Tenía miedo de que su nueva familia también se deshiciera de él, pero entonces sucedió algo sorprendente.

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El muchacho llegó hace unos tres años sentado en la parte trasera de un coche de policía. Vestía ropa desgastada y demasiado pequeña para él. Nosotros éramos la décima familia que lo acogería y aún así, todas sus pertenencias podía guardarlas en el interior de una bolsa de papel.

Cuando lo llevé hasta su cuarto, miró con detenimiento alrededor de su habitación ahora repleta de juguetes, ropa y libros que a duras penas podría leer.

Más tarde fui a darle las buenas noches y lo encontré llorando de nuevo.

"¿Podré ver a mi padre otra vez?", me preguntó el chico entre lágrimas.

"Tal vez algún día", contesté yo. Me quedé junto a él hasta que consiguió conciliar el sueño.

Ese primer día que pasó en nuestra casa, el chico de ojos azules y pelo rubio tan solo tenía 8 años. Era algo pequeño para su edad y estaba un poco delgado. A la hora de dormir, él vino hacia mí como si tuviese algo que decir, sin embargo, parecía no estar muy seguro de sí mismo.

"No quiero que nadie duerma más conmigo", dijo finalmente. Creo que con "nadie" se refería a mí.

"Bueno, me parece una idea estupenda".

"No me gustan las camas".

Sin entenderlo muy bien, pude ver cómo a la noche siguiente fue hasta una silla y se durmió. Era una silla enorme con cojines mullidos y el respaldo reclinable.

Durmió allí durante tres semanas con la misma ropa que utilizaba durante el día. No se cambiaba al llegar la noche, no hacía nada que tuviese que ver con ir a la cama.

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Cuando finalmente lo cambiamos a una habitación apareció el problema con las ventanas. Nos decía que había cosas que lo miraban a través de las ventanas.

Yo siempre le aseguraba que era imposible que alguien llegase hasta la segunda planta de la casa y se asomase por la ventana. Desafortunadamente, la razón brilla por su ausencia cuando sentimos miedo, y él sin duda estaba muy asustado.

Podía ver en sus ojos que no podía sobornarlo con algún tipo de golosina u otra cosa que le gustase. Simplemente no quería acostarse en la cama, así que lo tuvimos que meter a la fuerza además de cerrar la ventana a cal y canto para que pudiese descansar tranquilo.

Al parecer no hicimos muy bien nuestro trabajo ya que nos advirtió de que habíamos dejado una pequeña rendija por la cual podían seguir observándolo. Taponé la rendija con un trozo de tela y listo, un problema resuelto.

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Aún recuerdo como el tercer día que pasó en nuestra casa me preguntó con voz entre cortada, "¿Puedo quedarme a vivir aquí durante mucho tiempo?, no sé, ¿unos tres meses más?"

"Claro que sí, pero tres meses no es mucho", le dije sin conocer a fondo su historia.

Frunció el entrecejo pensativo y respondió, "¿Qué tal hasta que cumpla trece años entonces?", preguntó inocentemente.

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El pobre chico no conocía el concepto de familia. El término "para siempre" no existía en su vocabulario. Tras la charla realicé una llamada para conocer más a cerca del plan de permanencia que tenía con nosotros. No había ninguno, así que le dije a la asistenta que yo lo cuidaría. No pusieron ninguna pega porque nadie más lo quería hacerse cargo de él.

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Mientras estoy acostada a su lado, un gato salta hasta la cama. Se trataba de Fraidy, un gato rechoncho de pelo negro. El animal llegó a nuestra casa dos semanas después que el chico. El muchacho lo vio abandonado un día mientras jugaba en el porche.

Al igual que el niño, Fraidy se encontraba solo hasta que llegó el muchacho y lo acogió entre sus brazos. Puede que el chico quisiera ayudarlo al verlo solo y asustado, tal y como él se sentía. Cada noche, antes de ir a la cama, el chico se pasea por todas las habitaciones en busca de Fraidy, segundos después el gato lo acompaña como si fuese un perro y se van juntos a dormir.

Intento acariciar a Fraidy mientras estamos en la cama, pero no le interesa lo más mínimo, solo presta atención al chico.

"¿Por qué no lo hacen simplemente?", me pregunta de repente el chico.

"Si alguna vez tengo hijos y me dicen que no tome más drogas para poder volver a verlos, no me lo pensaría dos veces y mandaría las drogas al diablo."

"Tú eres mucho más fuerte", le respondo con toda sinceridad. "Por desgracia, algunas personas no están hechas para ser padres."

"Seguro que serás un padre increíble algún día porque ya sabes lo que se siente en tu lugar."

"Tu madre y tu padre no son malas personas, solo son débiles. Las drogas se apoderaron de ellos y no los dejan ir."

"Nunca voy a probar ningún tipo de droga", dice el chico.

Mientras lo miro rezo por que sea cierto. Puede que algún día se olvide de cómo se siente en este momento o que quiera olvidar todo lo que ha pasado de cualquier forma posible. Espero equivocarme.

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Llevé al chico a un especialista para evaluar su estado. Me dijeron que las drogas y el alcohol afectaron a su capacidad para aprender y a su capacidad de razonar. Sería incapaz de ir la universidad debido a los daños que sufrió en el cerebro y con bastante seguridad no lograría superar la educación secundaria.

Bueno, ya veremos, le dije al doctor. El chico no sabía leer, así que le enseñé. Era muy impulsivo, así que lo guié. Era muy asustadizo, así que le di seguridad. Sabía que él no era una causa perdida y estaba decidida en demostrarlo.

Ahora me levanto de la cama para salir de la habitación esperando que se duerma antes de que vuelvan los dolorosos recuerdos que aún lleva consigo. Es justo antes de dormir cuando suele reflexionar sobre todo lo que ha pasado a lo largo de su corta vida.

Antes de que abandone la habitación el chico se vuelve hacia mí y me pregunta, "¿Cuánto tiempo llevo aquí?"

"Tres años", le respondo desde la puerta. "Cumplirás tres años con nosotros el 12 de agosto."

"Parece mucho más tiempo", dice él.

"Así es", respondo mientras apago la luz.

"Hasta mañana, mamá", dice mi hijo desde su enorme cama situada junto a la ventana completamente abierta.

"Muy bien, aquí estaré para ti", respondo mientras cierro la puerta de su dormitorio.

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Imagen Portada: Eresmama

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